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La Pulpera de Santa lucía "Leyenda en Barracas"

Entre 1820/1840, cerca de la parroquia Santa Lucía (Montes de oca al 500), había un local (pulpería) donde se reunían carreros, cuarteadores, copleros, payadores y otros habitantes de aquella zona, situada entre la cercana pampa y la ciudad.

La leyenda incluye distintas versiones. La más contada se refiere a la hija del dueño de la pulpería, una joven llamada Dionisia Miranda, a quien algunos conocían como “la rubia de la zona del saladero”. 

Recuerdan que su padre (Juan de Dios Miranda) murió luchando en las guerras políticas de la época. Por tal motivo Dionisia y su madre quedaron a cargo del local, que también solían frecuentar “los soldados de cuatro cuarteles” y “los trompas de Rosas”, aquellos que con sus clarines transmitían órdenes en medio de los combates. 

Sin embargo, en algunos ámbitos se habla de otra Dionisia o Flora, de apellido Valderrama; una mujer también rubia y de ojos celestes que frecuentaba la parroquia, dada su devoción por Santa Lucía. Y para confundir un poco más las cosas, aparece un tercer nombre al que se le atribuye la figura de la famosa pulpera: una tal Ramona Bustos. 

Lo concreto es que de esa bella mujer, que hacía suspirar a muchos en la zona de la calle Larga (como se conocía entonces a la actual Montes de Oca) hoy casi no hay rastros, sobre todo en lo que respecta a su final. Según cita Blomberg en sus versos, a la pulpera la llevó un payador de Lavalle cuando el año cuarenta moría. Tiempos en que Rosas gobernaba. 

Estudiosos del arte popular ciudadano sostienen que el poeta Héctor Pedro Blomberg (1889-1955) se inspiró en ella para hacer los hermosos versos, que luego les puso música Enrique Maciel (de raza negra, que nació y murió en el barrio de San Cristóbal, el 24 de enero de 1962). Ambos formaron uno de los dúos más creativos para temas históricos, como el famoso vals que miles supieron tararear alguna vez, después de escuchar la incomparable grabación del cantor Ignacio Corsini (inmigrante siciliano).

La pulpera de Santa Lucía     

Tango canción - 1929

Era rubia y sus ojos celestes                              

reflejaban la gloria del día

y cantaba como una calandria

la pulpera de Santa Lucía.

Era flor de la vieja parroquia.

¿Quién fue el gaucho que no la quería?

Los soldados de cuatro cuarteles

suspiraban en la pulpería.

 

Le cantó el payador mazorquero

con un dulce gemir de vihuelas

en la reja que olía a jazmines,

en el patio que olía a diamelas.

“Con el alma te quiero, pulpera,

y algún día tendrás que ser mía,

mientras llenan las noches del barrio

las guitarras de Santa Lucía”.

 

La llevó un payador de Lavalle

cuando el año cuarenta moría;

ya no alumbran sus ojos celestes

la parroquia de Santa Lucía.

No volvieron los trompas de Rosas

a cantarle vidalas y cielos.

En la reja de la pulpería

los jazmines lloraban de celos.

 

Y volvió el payador mazorquero

a cantar en el patio vacío

la doliente y postrer serenata

que llevábase el viento del río:

¿Dónde estás con tus ojos celestes,

oh pulpera que no fuiste mía?

¡Cómo lloran por ti las guitarras,

las guitarras de Santa Lucía!

 

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